La tarde estaba luminosa, el cielo poblado de flotantes nubes viajeras y a lo lejos
empinadas montañas vestidas de verde; desde mi ventana observaba un espléndido
día… qué opuesto a mi estado de ánimo. Estaba triste y afligida, como solemos estar en
esos inviernos que a veces atraviesa el alma.
Era una tarde de abril; tomé mi bolso y decidí caminar un rato para distraer el ánimo…
finalmente terminé en el café de siempre con mi corazón aún envuelto en bruma,
mientras disfrutaba de un humeante cafecito, saqué mi diario y empecé a escribir.
Escribir, dicen, aclara el pensamiento. Quise acompañar mis escritos con un dibujo, y
qué mejor que pintar una ovejita triste, tan triste como yo.
Pero algo sucedió en ese momento que conmovió mi alma; como ráfagas llegaron a mi
mente imágenes de situaciones en las que había visto obrar a Dios a mi favor, donde
Su vara y Su cayado me habían infundido aliento, donde Él había defendido mi causa;
donde Su amor un día me rescató.
Entonces pensé: Él, que jamás me había dejado sola, ¿lo haría ahora? Y en respuesta,
como una revelación del mismo cielo, llegó a mi mente… “nunca”. Volví a mi diario y
toda la felicidad de ese momento quedó plasmada en el rostro de mi amada oveja. Ese
día comprendí que a pesar de las circunstancias, ser feliz es una decisión… el invierno
se había ido y Dios había traído la primavera a mi vida.