Prólogo
Edyah no ha escrito un libro, ella es el libro que Dios ha escrito.
Me refiero a que hay libros que los autores escriben con su pluma sobre el papel, pero hay otros que Dios escribe con su dedo sobre el corazón de los autores. Esta obra que tienes en tus manos es del segundo tipo. Es el resultado del dedo de Dios sobre la escritora. He necesitado pocos minutos de lectura para darme cuenta de que Edyah no tuvo que sentarse durante largas horas para pensar qué escribiría, porque estas palabras ya estaban escritas en su alma por el mismo Dios y solo tuvo que sacarlas hacia fuera para todos nosotros. Cuando navegues por las páginas de este libro, te darás cuenta de que la autora hace algo muy valiente: deja leer su corazón.
Aunque esto que estoy diciendo sobre Edyah suene un tanto poético, en realidad, el que Dios escriba sobre ti, no es nada romántico. Al igual que un bolígrafo deja marcas sobre el papel, cuando Dios escribe con su dedo sobre el corazón de una persona la marca indeleblemente. Y si ser tatuado en la piel duele, ser tatuado en el alma duele mucho más. Yo llamo a esas marcas profundas en nuestro ser las “cicatrices santas”.
Edyah cuenta que hace unos años atrás se maquillaba mucho, ya que intentaba proyectar una imagen hacia los demás con el deseo de obtener validación, pero descubrió que ese camino la conducía al vacío absoluto de su identidad. Cuando encontró el camino, dejó de maquillarse. No me refiero a que dejó de colorearse las mejillas y perfilarse los ojos; me refiero a que dejó de esconderse detrás de una imagen artificial y se dejó ver como lo que realmente es: Una mujer con sus luchas internas, pero que fue vencida por el amor divino; una mujer real, con sus imperfecciones y contradicciones, pero que irradia la gracia de Dios.
Edyah ya no maquilla sus cicatrices, lidera a una generación desde ellas. Por eso miles de jóvenes la escuchan, porque en medio de tantas apariencias, ella se deja ver con honestidad. Sus cicatrices son el testimonio de sus heridas superadas y no hay nada que le dé más autoridad para hablar a las heridas de esta generación que mostrarles sus cicatrices santas, que son la evidencia de la obra sanadora de Dios en ella.
Ojalá muchos pudiesen aprender lo que Edyah ha aprendido de Jesús: Que tengas cicatrices no te resta autoridad, aumenta tu influencia haciendo que las personas te enseñen sus propias heridas. Y cuando alguien te muestra su herida, te muestra una puerta abierta hacia las profundidades de su corazón. ¿Y no se trata de eso el verdadero liderazgo? ¿De llegar al corazón de alguien? Aprendamos de Jesús, que lidera a su Iglesia desde Sus cicatrices santas.
Itiel Arroyo