Según el filósofo Emanuel Kant, la oración es una "ilusión supersticiosa... puesto que no es más que un deseo enunciado dirigido a un Ser que no necesita esa información respecto a la disposición interior de quien tiene el deseo; por lo tanto no se logra nada con ella, y a nadie releva de los deberes a los cuales, como mandatos de Dios, estamos obligados". Es cierto que Dios sabe lo que deseamos y que su designio para el mundo es inalterable: Dios no puede negarse ni contradecirse a sí mismo. Sin embargo, la Escritura deja claro que Dios ha elegido realizar sus propósitos en cooperación con sus hijos. Su voluntad última es inflexible, pero los modos por los cuales busca poner en acción su voluntad son flexibles. Él no cambia su designio final, pero sí altera sus métodos para realizar ese propósito. La oración es un instrumento poderoso para lograr, no que en el cielo se haga la voluntad del hombre, sino que en la tierra se haga la voluntad de Dios. El modo en que Dios ejecuta su voluntad depende de nuestras oraciones, y en este sentido podemos cambiar la voluntad de Dios. La verdadera oración, por lo tanto, implica no solo rogarle a Dios sino también luchar con él en la oscuridad, negarse a soltar su mano sin haber recibido su bendición. Con este concepto evangélico de la oración, enriquecido con los escritos de grandes maestros de esta verdadera lucha espiritual (Martín Lutero, Richard Sibbs y Peter Taylos Forsyth, entre otros), Bloesch anima al lector a asirse a la mano de Dios en medio de un mundo asediado por el sufrimiento