Prólogo
Este libro ha sido escrito por tres hombres que estamos en crecimiento, pero luchando. A la vez somos hombres que confesamos abiertamente que nuestras luchas parecen intensificarse a medida que nuestras vidas continúan, aunque éstas sencillamente no concuerden con la forma en que la cultura cristiana parece pensar que deberían ser. Se espera que los hombres cristianos, especialmente los que ejercen liderazgo, se sientan siempre animados y apasionados por su visión, y con muy pocos problemas. Se supone que los hombres maduros no luchan con pensamientos desatinados, ni con impulsos pecaminosos, o sentimientos de desesperación, pero nosotros creemos que sí lo hacen.
Opinamos que desde el punto de vista espiritual, la hombría está más relacionada con seguir funcionando a pesar de las dificultades que con superarlas exitosamente. Creemos que el Espíritu de Dios está menos interesado en decirnos cómo poner en orden nuestra vida, y más interesado en avivar —en medio de nuestras dificultades actuales— nuestra pasión por Cristo. Dios en vez de resolvernos los problemas, con frecuencia los usa para perturbarnos, para que estemos menos seguros de cómo funciona la vida, para incitarnos a preguntarlos temas difíciles que nos aterra encarar, para sacar a la superficie las dudas obstinadas y las desagradables demandas que nos distancian de Cristo.
No creemos que la Biblia brinde un plan para hacer que la vida funcione como pensamos que debería ser, y en cambio sí creemos que ofrece una razón para seguir adelante, aun cuando la vida no funcione de esa manera. Si pudiéramos encontrar fórmulas que realmente funcionaran, fórmulas para vencer el enojo, producir hijos piadosos o sentirnos más cerca de nuestras esposas, las seguiríamos. Pero no creemos que existan. En nuestra opinión, los verdaderos hombres admiten su miedo a la confusión, pero no huyen de ella hacia una seguridad fácil o un plan detallado paso a paso.
El misterio de la vida nos atrae más que su previsibilidad. No porque nos guste particularmente sentirnos confundidos y fuera de control. Es difícil sentirse así, y a veces lo detestamos. Pero creemos que no tenemos opción; no, si somos honestos con nosotros mismos al enfrentar la vida. Algunas partes de la vida, por supuesto, están en orden y son manejables. Los carros no funcionan sin gasolina; los dientes que se limpian con hilo dental desarrollan menos problemas; las familias no se llevan tan bien si no cuentan con un esposo y padre comprometido. Se deben hacer las cosas que sean factibles. Aquellas partes de la vida que se pueden manejar, deben manejarse bien. Pero las partes más importantes de la vida, las que constituyen lo que es el cristianismo, nos parecen más misteriosas que manejables, más caóticas que ordenadas. ¿Qué hace usted cuando descubre que su hija fue abusada sexualmente por la persona que la cuidaba? ¿Cómo maneja los celos punzantes que siente ante un amigo que gana más dinero que usted? ¿Qué puede hacer con una vida de fantasía inmoral que simplemente no se va? ¿Cómo se acerca a Dios cuando siente que en su interior todo está muerto? ¿Cómo hace el Espíritu de Dios para llevarnos al hogar del Padre donde se está celebrando la fiesta?
Sencillamente, no hay ninguna fórmula para seguir al manejar estas cosas de tanta importancia. Y creemos que Dios lo ha diseñado de esa manera, no para frustrar o desanimar sino para que mostremos lo que puso en nosotros, algo que se libera solo cuando nos abandonamos a Él en medio del misterio. La hombría espiritual implica el valor para seguir avanzando en medio de una confusión abrumadora hacia las relaciones. No se trata, entonces, de entender exactamente qué es lo que funciona y luego hacerlo. Escribimos este libro como tres hombres que viven historias inconclusas. Luchamos con preguntas que nadie contesta. Fallamos de formas que creíamos ya superadas. Luchamos con los desagradables deseos que abrigamos, incluyendo el impulso de abandonarlo todo cuando la vida nos agota. Luchamos por vivir en comunidad los unos con los otros. Pero aun así tenemos esperanza.
Quizá nuestras vidas se estén moviendo hacia una clase de madurez que abrirá nuestras bocas y dejará mudo a Satanás. Abrigamos esa esperanza porque, aunque estemos confundidos, algunas veces desanimados, y ocasionalmente desesperados, todavía nos movemos hacia nuestras esposas, nuestros hijos, nuestros amigos, y nuestro Dios. No siempre avanzamos bien, y a veces nos detenemos, pero eso nunca es una decisión permanente. Y ésta es la esencia de nuestro mensaje: LA HOMBRÍA SIGNIFICA ESTAR MOVIÉNDOSE; no siempre con éxito, ni siquiera con victoria, sino con la clase de movimiento que solo puede producir una apasionada fascinación por Cristo, que cuando está dirigida por el Espíritu, nos consume. Esa es la verdadera victoria. Permítannos presentarnos: somos tres hombres, cada uno con una historia que contar; historias de tristeza, gozo, fracaso, éxito, aburrimiento, pasión, venganza y amor. Unáse a nosotros mientras examinamos lo que significa ser un hombre que vive como Dios planeó que los hombres vivieran.