Prólogo
Una cosa es indispensable para el misionero, si tiene que ir adelante frente a los obstáculos al parecer insuperables que le rodean, al introducir un nuevo día para las almas esclavizadas. Si ha de realizar lo que Dios y la iglesia esperan de él, y los corazones quebrantados requieren de quien ha venido como embajador de la luz, es necesario que se apropie del siempre profundo y pleno poder de Cristo. Debe estar unido al Cristo conquistador, mediante el cual sus discípulos, a través de los siglos, han realizado imposibles. Debe ir más allá de un mero conocimiento intelectual del Cristo histórico y entretejer así las raices de su naturaleza espiritual en ese Eterno Jesús que imparte la vida divina. La tarea que está tratando de llevar a cabo requiere de fuerzas sobrehumanas.
Lo meramente humano, por noble, fuerte y bien educado que sea, es tan insuficiente e inadecuado como lo sería un puñado de carbones encendidos para deshacer un iceberg ártico. Debe trascender de lo puramente natural para sumergirse en lo sobrenatural. Tiene que experimentar el poder del Cristo que vive en nosotros y despojarse de su propia vida para venir a ser poseedor de una más plena abundancia de la naturaleza divina. Solamente “los ríos de agua viva” fluyendo en su interior – como prometió el Salvador a los suyos – pueden hacer posible su renovación de vida, desde el estado en que se encuentra.
Puede ser que, por temperamento, no se halle predispuesto a trazar su camino por tales alturas de la fe. Puede que sienta incluso una gran aversión a los elementos místicos del cristianismo. Puede que la fuerza de las circunstancias que le rodean como poderosa marea rompa las amarras que le sujetan intelectualmente a las verdades del evangelio, pero esto no ocurrirá si está anclado en las profundidades de una experiencia vital de la gracia redentora.
A menos que Cristo venga a ser para él más real que cualquier otra realidad, incluyendo las del universo físico, a menos que aprenda a asirse de Cristo y sumergir su propio ser en Él para salir del pantano de su propia voluntad a la vida divina de Dios, a menos que viva inundado del poder que cayó sobre los apóstoles, por la misma naturaleza de las circunstancias en que está envuelto, se halla condenado a la derrota. La fuerza del mal que quisiera vencer se opondrá a su propósito y desdeñará sus esfuerzos y su mensaje tal como el poderoso Peñón de Gibraltar permanece impasible frente a las olas del mar. Los próximos capítulos son simplemente un bosquejo de la posición a la cual fue llevado como misionero de la cruz.
Mi deseo es compartir con cristianos de todos los países y denominaciones aquellas benditas experiencias del vivir en Cristo, aquellos. Inconmensurables tesoros que quizás por alcanzar una más profunda participación en el Cristo Divino, han venido a ser míos. Deseo hacer propiedad común de la iglesia aquellas inefables experiencias fruto de la unidad con Cristo, aquel Cristo sin el cual el misionero, a causa de la peculiar situación en que se encuentra, más que ningún otro cristiano, nada puede hacer. No puedo publicar estos mensajes sin reconocer la gran deuda de gratitud que tengo con la finada Sra. Penn-Lewis, cuyos escritos acerca de "Los más profundos aspectos de la Cruz, con su tenaz insistencia en la identificación del creyente con Cristo en su muerte y resurrección, han significado tanto para la iglesia en estos últimos años. Dios use grandemente esos escritos para traerme a la victoriosa posición en Cristo, que trataré de explicar. Con la esperanza y oración de que sea concedida a mis amables lectores gracia de realizar en su propia experiencia esta más profunda unión con Cristo, a fin de que su gozo pueda ser aquel gozo "inefable y glorificado" de que habla el apóstol Pedro, y su paz aquella "paz que sobrepuja todo entendimiento", y que su vida sea la "vida abundante" y eterna que fluye del trono de Dios, pongo humildemente estos escritos sobre el altar de mi Señor, para que Él se digne a usarlos para la edificación de "los santos" y la gloria de su nombre. F.J. Huegel, Ciudad de México.