Prólogo
Este es un libro que jamás planeé o quise escribir. Todos somos conscientes de que en algún momento la muerte afectará nuestras vidas, pero no por eso se convierte en un asunto que podamos disfrutar.
La muerte del amado cónyuge que comparte con nosotros el camino, ya sea por un corto lapso o por medio siglo, como en mi caso, crea un vacío del tamaño del Gran Cañon en nuestro corazón. El presente y el futuro cambian de forma radical.
Siento gratitud por el hecho de que mi esposa, Joyce, fue una parte integral de mi existencia durante mucho tiempo, pues su presencia enriqueció mi vida y me ayudó a convertirme en una persona diferente, en alguien mejor. Permítame contarle un poco sobre ella. Joyce era conocida como "Joy" (gozo en español), lo cual era muy apropiado porque ella producía felicidad en muchas vidas. Su vida reflejaba las características mencionadas en Colosenses 3:12: “entrañable misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia" . Durante su existencia, ella enseñó mucho sobre la vida a las personas que estaban a su alrededor; nos enseñó también por medio del agónico proceso que la condujo hacia su verdadero hogar.
Desde sus primeros años, a Joyce le apasionó el arte. Estudió violín y cantó en varios grupos corales. Quizá el momento más significativo con relación al canto fue participar en el coro en las cruzadas que Billy Graham realizó en Anaheim, California. Lo que muchos nunca supieron es que ella también era una talentosa artista. Joyce jamás tuvo la oportunidad de desarrollar su potencial, pero las pinturas que terminó eran de una gran calidad. Ella asistió a Westmont College en Santa Bárbara, California, con el objetivo de tomar solamente las clases en las que estaba interesada. Pero lo mejor es que fue en ese lugar que tuvimos la oportunidad de conocernos. Luego, retornó a Glendale, donde consiguió un trabajo en Lawry Foods. Asistió a la iglesia Presbiteriana de Hollywood y fue una persona muy activa en el grupo de estudiantes universitarios. Fue en ese momento que empezamos a salir formalmente y un año después nos casamos. Tuvimos dos hijos a los que Joyce amó profundamente: Sheryl y Matthew. Nuestro hijo padecía un retraso mental severo y murió a la edad de 22 años en 1990.
Aunque las circunstancias fueron muy difíciles, Joyce las manejó con excelencia. Hizo todo lo que le fue posible para darle a Matthew una vida satisfactoria. A cambio de esto, Matthew enriqueció nuestras vidas y nuestro ministerio. Lo amamos profundamente. Nuestra hija Sheryl, fue una bendición increíble. Ella y Joyce tenían una relación muy cercana y se ministraban mutuamente en tiempos de necesidad. El día en que Sheryl nos bendijo con una encantadora nieta, nuestro gozo no tuvo límite. A Joyce le encantaba pasar tiempo con la pequeña Shaelyn. En la actualidad, Sheryl y Shaelyn me siguen brindando consuelo y compañía. Pasamos muchos momentos juntos en la medida de lo posible y jugamos con los perros y el gato, vamos de pesca y hablamos.
La vida de Joyce también se caracterizó por su disposición para amar, servir, ayudar y cuidar a otros. Aunque todos sabíamos que era muy callada y reservada cuando era parte de un grupo, se comportaba de una forma muy amorosa y era muy sociable cuando ministraba a las personas de forma individual. La mejor forma de describirla es decir que era una mujer llena de gracia. Muchos han dicho que podían confiar en ella porque era una mujer confiable. Una persona comentó: "Los ojos de Joyce tenían un gran brillo. Siempre estaba sonriente y contaba con palabras de ánimo para los demás. No importaba si estábamos hablando de la canción que acababa de entonar el coro, de una actividad ministerial de hombres que estaba próxima a realizarse o de un pez que Norman hubiese atrapado al ir de pesca esa semana. Siempre me llenaba de ánimo y recibía gran bendición al terminar de hablar con ella".
Una de las tarjetas que recibí después de su servicio fúnebre decía: "Joyce Wright: una humilde protectora. Joy fue una heroína. Fue una sierva y un gozo para cualquiera que la conocía. Cuando evoco a esta encantadora llama que ahora camina por las calles del cielo, pienso en su entrada a su celestial hogar, encontrándose con su Salvador que le dice: 'Bien hecho, mi fiel sierva"'. Este pensamiento fue reiterado por muchas personas. Joyce también tenía una faceta aventurera que le salía a flote cuando ocurría un desastre. Siempre estaba dispuesta a brindar una mano y a trabajar para ayudar a los necesitados. También disfrutaba la pesca, especialmente cuando iba conmigo. Se deleitaba en los placeres y acontecimientos más simples de la vida y tenía un maravilloso sentido del humor. Su amor por Jesucristo, su Salvador personal, se veía en todo su entorno. Su vida fue dedicada a servirlo de cualquier forma que fuese posible. Animaba a otros y era una mujer de oración. Reflejaba la influencia de su piadosa madre, la cual también era una mujer que oraba. Constantemente Joyce hizo a un lado sus propias necesidades y deseos para ministra a otros. Durante casi cincuenta años, ella y su mejor amiga Fran, oraban juntas en el teléfono por miembros de la familia por amigos y por aquellos que padecían necesidades. Joyce amaba la palabra de Dios y compartía lo que aprendía con otros. Amo a Joyce. Algún día le volveré a decir: “Hola, Joice”. H. Norman Wrigth